Considero que la
evaluación organizacional es un acto colectivo, auto-reflexivo, necesario y
propio de cualquier organización que intente mantener su misión y visión de
futuro y sus principios acordes con las realidades cambiantes de su contexto y
con la evolución psico-social, económica, cultural y ética de sus integrantes.
Propongo, por lo
tanto, que la evaluación organizacional se debe presentar como un particular
proceso de aprendizaje del conjunto de personas que conforman la organización. Y en este sentido acercamos la evaluación a
un proceso de “INVESTIGACIÓN-ACCIÓN-COLECTIVA”, donde las directivas, los
empleados y la membrecía aportan a la construcción de conocimientos (de su
entorno y de sí mismos) y especialmente a la creación de nuevas prácticas
organizacionales.
Este concepto de
evaluación se aleja por lo tanto también de un “modelo evaluativo externo”, que
en última instancia replica la estructura de poder de dominación (conocimiento
es poder sobre…) ejercido por el experto o el especialista.
La evaluación
como investigación-acción-colectiva se acerca, en primer lugar, al sentido
primigenio de la investigación, es decir, a la “curiosidad”, a las ganas de
llegar al fondo de las cosas; y, por lo tanto, a la creación de una oportunidad
individual y colectiva de aprendizaje respecto al quehacer de la organización y
de las relaciones sociales del entorno en el que esta se desenvuelve.